Bizkaia es una nación. Hay quienes creemos firmemente que esto es así, y quienes por su parte nos niegan el derecho a ser reconocidos como tales. Éstos últimos son los negacionistas: aquellos que niegan la existencia de nuestro carácter nacional y pelean a brazo partido por continuar con el genocidio cultural, lingüístico y político de nuestra patria. Los negacionistas se agrupan en el conocido como nacionalismo vasco; un nacionalismo que nació de la idea de la patria bizkaína, pero que ha sido instrumentalizado posteriormente para su destrucción en nombre del renacer del extinto reino de Navarra. Mientras que el nacionalismo español reconoce la existencia de la pluralidad nacional de su configuración; y por ello le otorga autogobierno a las distintas partes de su territorio; el proyecto panvasquista navarro es monolítico. No reconoce su pluralidad interior, sino que además la combate activamente.
Este combate viene produciendo serios estragos en nuestra conciencia nacional, ya que se distorsiona la realidad que aflora en las calles cada día, para asimilarnos a una identidad que nos es extraña e impuesta. Muchos de nuestros compatriotas han sido confundidos por la defensa de esa identidad vasca, pensando de buena fe que la defensa de los vasco va indisolublemente unido a la defensa de lo bizkaino: nada más lejos de la realidad. Esta buena fe ha permitido que se mutile territorialmente el solar de nuestra tierra, que se acalle la voz de sus gentes, que se expolien sus riquezas para alimentar las insaciables bocas de alaveses y gipuzkoanos, que ni siquiera hacen el amago de disimular el desprecio que sienten por nuestra tierra.
Es un hecho que los vizcaínos no compartimos la cultura navarra ni sus expresiones folklóricas. No somos de jotas ni de vino Rueda. Tampoco somos de blusa alavesa, ni de guiso de patata; y aún menos de alarde y tamborrada guipuzcoana pese a los desmedidos esfuerzos por introducir estas constumbres que nos son ajenas en determinadas fiestas locales de nuestra tierra.
Bizkaia ha sido siempre tierra de libertades, tierra de industria y hierro, de progreso y pluralismo, de campo pero sobre todo de ciudad. En nuestra patria siempre hemos sido protagonistas de nuestro destino; hemos defendido las libertades y el progreso frente al rancio ruralismo neonavarrista. El precio que hemos pagado históricamente ha sido abonado en sangre bizkaína, en bombardeos como el de Bilbao o Portugalete en el siglo XIX o el de Gernika y Durango en el S XX. La supuesta autonomía vasca de la guerra civil fue en realidad autonomía bizkaína, defendida por ideas plurales y pisoteada por requetés gipuzkoanos y alaveses que regaron de sangre nuestra tierra de la mano de la IV de Navarra. Negar esta realidad histórica, negación de los hijos y nietos de los gipuzkoanos, alaveses y navarros que derramaron la sangre de todos los patriotas bizkainos, es la más alta expresión del negacionismo histórico que causa estragos en nuestra identidad como pueblo y nación diferenciada.
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