¿Se imaginan ustedes que la ciudad de Moscú dedicase una calle a Adolf Hitler? ¿O Tel Aviv a Goebbels? ¿Se imaginan caminar por la avenida de Saddam Husein en Washington? Todas estas propuestas resultan a todas luces ridículas habida cuenta que todos estos personajes se han destacado por su odio a ciertos pueblos y gentes a los que han combatido y en algunos casos masacrado en cruentas guerras. Sería como un homenaje a la ignominia por parte de aquellos que sufrieron los estragos de la guerra contra estos individuos.
Y sin embargo en Bizkaia, por puro arte de birlibirloque, los enemigos del pueblo bizkaíno reciben recuerdo y pleitesía en nuestra nomenclatura callejera gracias al empeño del asimilacionismo. Si empezamos por nuestra propia capital, Bilbao, ésta dedica una gran avenida a uno de sus mayores enemigos, el gipuzkoano Tomás de Zumalacárregui. Personaje ultramontano donde los haya, Zumalacárregui destacó como militar en el bando carlista moviéndose como pez en el agua entre Navarra y Alava. Originario de Cegama, en Gipúzkoa, fue guerrillero durante la guerra de independencia contra Francia, y luego adicto al régimen de Fernando VII, a quien le unía una fidelidad inquebrantable por su idología retrógrada. Al morir su rey, tomó las armas con un ejército absolutista donde destacó por su crueldad y falta de compasión para con los prisioneros de guerra, ordenando algunos de los episodios más sucios y truculentos de aquella guerra, como los fusilamientos de más de cien reos del cuerpo de Celadores de Alava en Heredia.
Sus mayores éxitos militares se construyeron en las Amescoas navarras, y en el oriente de Alava; además de ataques inhumanos contra pueblos riojanos como Cenicero. Este siniestro personaje fue a encontrar la muerte a las puertas de Bilbao, donde un valeroso bizkaino acertó a alcanzarle en la pierna mientras supervisaba el salvaje bombardeo de nuestra capital el 15 de junio de 1835. El negacionismo ha idealizado la figura de este sanguinario gipuzkoano, engañandonos hasta en su forma de morir y dedicándole en su pueblo natal un museo donde se ensalza su figura. Según los negacionistas, Zumalakarregi fue alcanzado por una bala perdida cerca de la Basílica de Begoña, donde nuestros antepasados se habían atrincherado ante esta nueva agresión guipuzcoano-navarra, mientras inspeccionaba la línea del frente desde el balcón del ya desaparecido palacio de Begoña. Tras ser herido en la pierna derecha, fue trasladado a Durango y posteriormente a su Cegama natal donde falleció víctima de una complicación. Lo cierto es que teniendo en cuenta lo rudimentario del armamento de la época, dominado principalmente por mosquetes de avancarga, es bastante dudoso que el siniestro Zumalakárregi fuera alcanzado por una "bala perdida"; cuando lo más probable es que algún heroico bilbaíno hiciera blanco tras aguardar pacientemente a asegurar el único disparo de su arma en las carnes del invasor gipuzcoano. Resulta absolutamente tendencioso negar el mérito del tirador bajo la máscara de la bala perdida.
A pesar de la muerte de Zumalacárregui, su ordenanza Egaña, tomó el encargo de volver a sitiar Bilbao, cuya liberación llegó el día de navidad de 1936 de la mano de Baldomero Espartero tras una encarnizada refriega en mitad de la nieve junto al puente de Lutxana en Erandio.
Tanto Egaña como Zumalacárregui, sitiadores encarnizados de nuestra capital, a la cual bombardearon y masacraron con saña, se les dedica hoy en día calles en Bilbao en un gigantesco monumento a la estupidez del asimilacionismo, mientras que los libertadores de la villa, como Espartero, se encuentran castigados fuera del callejero bilbaíno.
Algo semejante ocurre en la Villa de Portugalete, donde las tropas de Carlos VII entraron en esta población a sangre y fuego durante la tercera guerra carlista, vengándose cobardemente de su población por su espíritu liberal y su oposición al carlismo. Hoy en día, este municipio de la margen izquierda dedica una de sus principales avenidas al pretendiente criminal al trono que la devastó, en otro ejercicio de desmemoria colectiva del pueblo Bizkaino.
La nación de Bizkaia no puede consentir que sus verdugos sean vanagloriados mientras nuestros conciudadanos se mantienen impasibles ante semejantes atropellos. Es necesario denunciar estos desmanes que aportan una ración adicional de indignidad a sus protagonistas, que humillan nuestro pasado bajo la filosofía tramposa y victimista del negacionismo: empeñado en ensalzar a los enemigos de nuestra tierra como héroes romáticos derrotados, mientras apartan de nuestra herencia histórica las letras doradas de la victoria de nuestros paisanos sobre las fuerzas cavernícolas venidas de la alianza guipuzcoano-navarra.
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